domingo, 18 de diciembre de 2011

Negra existencia

Era un día nublado, el viento se colaba por las rendijas de la ventana jugueteando, y cortaba los labios de una niña que dormía en su cama. Las nubes tapaban el sol y no dejaban saber la hora con un vistazo al cielo. La niña abrió los ojos y dio vueltas en la cama intentando huir de aquel frío de invierno adelantado. Se podía percibir un olor a chocolate caliente y al identificarlo no le costó demasiado desperezarse e ir hacia la cocina. Su hermana aún dormía y se escuchaba la respiración desde el pasillo, inspiraba y expiraba casi al mismo tiempo que la pequeña daba los pasos lentos y bastante silenciosos. Llegó al comedor pero las persianas estaban cerradas. Parecía que su madre y su padre aún no estaban despiertos así que seguramente aquel delicioso olor provendría de la cocina de algún vecino. Viendo que no podía desayunar y que no estaba el periódico encima de la mesa donde normalmente se encontraba por las mañanas se le ocurrió cogerlo para que sus padres recibieran una sorpresa al ver que era ella quien lo había traído.
Abrió la puerta de la calle y salió para cogerlo, estaba al lado, pero justo cuando lo había recogido y se disponía a entrar de nuevo una corriente de aire frío cerró la puerta de un golpe y la dejó fuera. La niña asustada picó al timbre y a la puerta sin descanso, hasta que al fin se oyeron unos pasos a lo lejos y la voz de su madre que preguntaba -¿quien es?
- Soy yo, Marina, mama abre que se me ha cerrado la puerta- respondió. La puerta se abrió y la niña alzó la mirada para encontrarse con los ojos azules de su madre.
-¿Te has perdido?- preguntó con un tono dulce que la hacía muy buena actriz.
- No hagas eso- dijo la pequeña, que odiaba cuando su madre la tomaba por tonta con esas bromas de hacer que no la conocía.
-¿eres del piso de arriba?-continuó la madre.
-¡¡Mama!!-gritó Marina
Pero la mujer de ojos azules seguía insistiendo - Ven bonita vamos a buscar a tu madre-.
-Mama ya no me hace gracia- seguía la niña mientras su madre intentaba calmarla tocándole la cabeza
-Anda ven un momento dentro- al fin parecía que se había rendido.
Marina Entró de un salto y vio a su padre preparando el desayuno, se acercó a él y lo abrazó.
- ¡Anda! ¿quien es esta niña?- El hombre miró a su alrededor y se topó con la cara de la mujer.
- Creo que es de los de arriba, se habrá quedado fuera, anda dale algo de chocolate y la llevo al quinto-.
Marina estuvo a punto de responder pero en ese momento apareció su hermana por la puerta que nada mas verla se quedó quieta ante ella mirándola con desprecio y a la vez duda. Era un rostro que le impactó de verdad, estaba claro que era real, que se sorprendía de verla allí y que no la reconocía. Su hermana abrió la boca para articular unas palabras que Marina no sabía si quería oír. Y se confirmó lo que temía.
- ¿Quien es?- Preguntó. A la niña se le escapó una lágrima
-pero... pero... ¡Clara!- gritó queriendo pensar que su hermana también estaba siguiendo el juego a sus padres. Pero las respuestas cada vez le hacían mas daño.
-Esa no se quien es, yo me llamo Carmen- respondió.

Marina puso las manos sobre sus ojos y dejó escapar las lágrimas
- Tranquila, ahora vamos con tus padres- la intentó consolar su supuesta madre. Al oír esto Marina no pudo aguantar mas, corrió hacia la puerta y salió de la casa. Corrió escaleras abajo mientras oía las voces que venían de arriba
-¿pero a donde vas? Te vas a perder ¡ven! ¡ven!-.
Pero la niña seguía corriendo mientras con una mano se secaba las lágrimas que le habían mojado toda la cara.
Cuando llegó abajo una vecina abría la puerta de la calle
-Hola bonita ¿que haces sola?-preguntó. Marina giró la cara.
-me voy de aquí- contestó decidida aunque aún asustada y rápidamente salió por la puerta para dirigirse al parque donde normalmente se reunía con sus amigos a esas horas y así poder explicarles todo lo que le había pasado.
Después de pasar unas cuantas calles esquivando la mirada de todos los peatones al fin llegó. Había muchos niños, todos compañeros de clase y Marina entró como cada día por una pequeña puerta de madera que daba la entrada. Se sentó en el suelo y saludó:
-Hola.
Todos los niños se giraron a la vez, la examinaron y se quedaron callados. Muchos de ellos volvieron a lo que estaban haciendo, otros tantos la siguieron mirando y solo uno de ellos se atrevió a hablar:
- Tu eres nueva ¿no?-. No podía creerlo, su mejor amigo ni siquiera la conocía.
Marina se acercó.
-Soy tu amiga, soy amiga de todos vosotros ¿no te acuerdas Marc?- preguntó tímidamente y a punto de echarse a llorar de nuevo. La respuesta fue tajante.
- Me llamo Bruno, y yo no te conozco de nada-. Uno de los niños levantó la cabeza y la miró fijamente a los ojos – Esta está loca que se vaya de aquí, no la queremos.-

Sin tiempo a que los niños se levantaran y la empujaran fuera Marina corrió debajo de un árbol, el mas lejano que encontró y se puso a llorar. Entre tanto se oían los gritos y las risas de los niños las cuales, una vez, había compartido, y de las cuales ahora compredía la crueldad de la que se alimentaban. Se sentó en el suelo a la sombra del cedro y escondió la cabeza entre los brazos, las lágrimas seguían resbalando por su delicado rostro. A pesar de todo nadie se acercaba a ella, ni siquiera aquellas viejecitas del parque que siempre le daban caramelos y mimos, mientras ella intentaba escapar . Ahora las echaba de menos, estaban allí sentadas y ni siquiera la miraban a pesar de saber de su presencia.
Los ojos de Marina se volvieron azul claro debido a sus lágrimas y su rostro palideció. En ese momento alguien se paró delante de ella.
Marina alzó la vista, era una figura alta. La luz del sol tapaba la cara de aquel que la miraba y solo se podía observar la chaqueta negra que llevaba. El extraño, o extraña, pues no se podía apreciar con exactitud, extendió una mano. Era blanca y fría, se notaban los huesos y las venas azuladas como ríos entre montañas nevadas. Marina dejó caer una última lágrima y sin pensárselo le dio la mano ¿que alternativa tenía?. En ese momento Marina volvió a existir. Las viejecitas corrieron hacia ella y sus amigos también, con cara de preocupación. Sus padres también la querían alcanzar aunque por alguna razón se quedaron llorando a unos pasos atrás. Quizás aquella persona les hacía retroceder y derramar lágrimas, aunque parecían no verlo. Pero Marina ya no quería saber nada de aquellos que la habían ignorado. El extraño la ayudó a levantarse, por fin alguien se fijaba de verdad en ella.
Y juntos, cogidos de la mano se alejaron de allí para no volver jamás, mientras amigos y familia de la niña se arrodillaban bajo el árbol y lloraban, una vez se les hizo inalcanzable, por Marina.


Celia Gordón Rodríguez.

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